En el último instante miré hacia atrás. Era la hora de decir adiós al lugar de las sombras.
Tantos recuerdos amargos no valía la pena volverlos a meter en aquel viejo y triste baúl que se lleno de polvo con el pasar del tiempo. Miré atrás y sonreí. Por primera vez mis ojos volvieron a iluminarse con destellos de aquel perdido brillo de antaño. La maraña se deshizo, no quedaron nudos ni cabos sueltos. La paz llenó de pleno aquel resquebrajado y roto corazón. No hay sufrimiento, no hay rencor ya no queda nada del pasado. El huracán dejó a su paso toda la nada, barrió con su salvaje remolino todo lo bueno y lo malo que un día fue. No quedaron cicatrices ni rastro ni huella, todo lo vivido mereció la pena. Ahora llega el reposo. La inexpresiva mirada se pierde en el horizonte sin saber qué buscar. Llegó el momento de decir adiós, de abandonar las tinieblas y dormir para siempre, de despertar el alma que anduvo errante y perdida y esparcir su aura en la nebulosa universal y allí, muy agradecida por lo experimentado, derramar su polvo en el espacio hasta fundirse con el resto de almas errantes unificando energías que se expandirán por el cosmos.
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